jueves, 8 de abril de 2010

La mancha de la depravación





Años después,Drúthiro recordaría perfectamente aquella tarde en la sacristía. El vino puesto sobre la mesa, el aliento traicionero del atardecer entrando por la ventana, sus compañeros, sentados a s lado, el olor a rancio que impregnaba la estancia y sobretodo el rostro inquisitivo del padre Lóthner que los examinaba altivamente como si tuviera la potestad de salvar o condenar su alma. Los tres muchachos, de apenas 18 años el mayor de ellos, esperaban asustados a que el sacerdote empezase a hablar. Lóthner los miraba con los ojos muy abiertos y con la cara tomada por una expresión difícil de describir. Lo más exacto sería decir que el padre Lóthner vagaba en algún lugar intermedio entre la indignación y la intención de castigar.


Los muchachos no hablaban, apenas respiraban. Drúthiro mantenía las manos debajo de las piernas evitando la tentación de frotárselas para huir el frío que poco a poco les iba calando en los huesos.


"¿Conocéis la historia de Ardelain?" preguntó el viejo con esa voz ahogada que más se asemejaba a un silbido silencio que al timbre de un hombre. Tan impresionados estaban los chicos que no pudieron responder. "Ardelain era un joven orgullos y pendenciero, igual que vosotros. Tenía tanta confianza en sí mismo que desafió las normas de los cielos y de la tierra, se opuso a los reyes y despreció a los dioses. Creyó, como vosotros, que podía vivir sin responder ante nadie,sin rendir cuentas por nada. Se embarcó en un viaje sin retorno por la senda del pecado.


Creyó, como vosotros, que podía vivir sin responder ante nadie, sin rendir cuentas por nada. Se embarcó en un viaje sin retorno por la senda del pecado. Vagaba por las calles pagado de sí mismo entregado al vicio y a la depravación más impía. Se embrutecía con vino y pasaba largas horas con rameras y mujeres descarriadas de las que no sabía ni el nombre." De no haber sido el sacerdote quien relataba la historia, los jóvenes habrían reído celebrando las gestas del tal Ardelain que al parecer sabía divertirse, pero aquella historia de libertinaje se volvía siniestra en los labios del viejo. "la decadencia de Ardelain fue en aumento y a todas sus faltas y crímenes añadió el orgullo al creer que todas las personas que seguían la recta vía eran borregos estúpidos. Se sentía lobo sin saber que no era más que una oveja negra, pero oveja a fin de cuentas, que se estaba dirigiendo al matadero, aún sin saberlo." Ahí estaba el preludio de lo que habría de venir. La primera alusión al castigo. Cuan frecuentes son los castigos en los relatos de los sacerdotes...


"Lo que no sabía Ardelain es que por más que escapase del juicio de los hombres, los dioses ya le habían juzgado y condenado. Una noche en la que había estado bebiendo y celebrando siniestros ritos en compañía de mujeres lascivas y perdidas, Ardelain advirtió que tenía una cicatriz debajo de los labios y no recordaba su origen. El pecador no le dio importancia, de hecho hasta se enorgullecía de esa marca sin saber que era la de la condena. De este modo, con cada nuevo crimen, con cada nueva depravación, el cuerpo de Ardelain se iba convirtiendo en el testigo de su corrupción, cubriéndose de cicatrices, pústulas y deformidades" El padre Lóthner se llenaba la boca con esas palabras mientras sus ojos, aún muy abiertos, se clavaban en los jóvenes que habían palidecido. "Al cabo de pocos años, todo el orgullo de ese pecador se disolvió en su propia malicia y al verse a si mismo convertido en un repugnante amasijo de putrefacción quiso arrepentirse, pero ya era arde ¿os creéis que los dioses esperan eternamente hasta que les pidáis perdón? ¡Arrepentíos! porque escrito está que el pecador llevará la marca de su crimen pegada a la piel"


Después de aquella historia perturbadora, los jóvenes recibieron permiso para levantarse y abandonar la sacristía. Drúthiro no estaba seguro de creer la historia del sacerdote y cuando ya había salido con sus compañeros, decidió que volvería con el viejo para preguntarle. Llegó hasta la sacristía y se asomó. El padre Lóthner estaba sentado, a solas, bebiendo el mismo vino que no les había ofrecido. Finalmente Drúthiro no entró. No necesitó hacerlo para saber que la historia de Ardelain era cierta y que las almas corrompidas llevan en la cara la marca de su depravación. Al asomarse y miar al sacerdote, vio que una mancha putrefacta le carcomía una mano.

2 comentarios:

  1. ¿Le carcomía la mano a quién? ¿A Lothner?

    Me imagino que hasta los más puros cometen actos deplorables en el pasado. Eso es algo de lo que siempre discutimos de ellos. De como abandonaron sus principios aventureros para adentrarse en el bien común.

    Los Religiosos siempre me gustaron.

    Me gusta este blog.

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  2. Sí, la mano carcomida era la de Lothner, pero eso no significa que la historia que se cuenta sea la de su pasado... quizás solo significa que él también ha cometido actos de vileza...

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